martes, 30 de julio de 2013

El romance de San Paolo con la '10'

Nunca es fácil escribir sobre un jugador. Decidme quién me ha dado el derecho a criticar o alabar las acciones de los profesionales, de comentar sus virtudes o flaquezas, sus aciertos o errores. Sin haber traspasado la barrera del amateurismo, encallado en pachangas en el patio de la escuela,partidos tras invadir una cancha o tras improvisar un arco con dos piedras. En esta tesitura y con total tranquilidad me dedico de vez en cuando a decir como jugó este o que huella dejó aquel. Pues bien, las líneas que vienen a continuación recogen el cenit de este pensamiento. Nunca es fácil hablar de un jugador, de modo que la complicación aumenta al hablar del mejor jugador de la historia.
Pibe bajito y fornido, con la ’10′ en la mayoría de sus apariciones, tanto a nivel de clubes como de selecciones. Pibe que hacía vibrar a San Paolo como nunca vibró con otra figura. Pibe que envolvía a la pelota de algo especial, una textura distinta cada vez que contactaba con ella. En efecto, con una mezcla de respeto y pavor me dispongo a hablar de Diego Armando Maradona.
Llegados a este punto de la lectura muchos os preguntaréis por qué sitúo a El Diego por encima de La Pulga, ese prototipo de futbolista perfecto que parece más bien salido de Oliver y Benji que de las calles de Rosario y que ostenta el récord de Balones de Oro con cuatro galardones. La respuesta es sencilla: Maradona es Messi y más. Quiero hacer un pequeño inciso antes de seguir: Leo probablemente acabe superando su obra, pero a día de hoy, en el momento que escribo esto, nadie ha emulado en una cancha lo que implantaba Diego.
Si revisamos cualquier partido de la Serie A de aquel Nápoles de Maradonadescubriremos rápidamente el principal efecto que causaba el Pibe sobre el campo: miedo. Pánico destilado a raudales por los rivales y canalizado en forma de entradas bruscas, muchas al límite del reglamento. Daba igual enfrentarse al Pescara que medirse con el Milan de Sacchi, cuando el ’10′ recibía el esférico la sangre de los rivales se helaba, las pulsaciones se aceleraban y el estadio sabía que algo distinto, mágico, podía pasar. La única forma de evitarlo era la traba al jugador. Creedme  que el revuelo que se causaría a día de hoy con semejantes acciones sería tremendo. Él se levantaba como si nada y volvía a concentrarse en jugar.
Hay que apuntar que aquel Nápoles no era solo Maradona. Era un equipo bien armado por el italiano Ottavio Bianchi, que aterrizó junto a Diego en 1986 y abandonó la squadra partenopei en 1990. Pese a ser el máximo artillero de la historia del club con 115 goles, El Pelusa se encontraba más cómodo habilitando a sus compañeros de la delantera: el brasileño Careca, delantero titular con Brasil en el Mundial de 1990, y el italiano Bruno Giordano. Tras la marcha de Giordano al Ascoli, el también italianoAndrea Carnevale se vio favorecido por las acciones del ’10′.
XI inicialen un Nápoles-Milán (temp. 88/89)
XI inicial en un Nápoles-Milán (temp. 88/89)
Y es que el magnetismo de Maradona con los rivales simplificaba las acciones de todo el equipo: en una época en la que se jugaba marcando hombre a hombre, su presencia conseguía arrastrar a su pareja de baile y a alguna de las contiguas, abriendo cantidad de espacios que eran aprovechados por sus compañeros. Tal vez en Italia no se veía a un Diego tan eléctrico y de gambeta endiablada como el que imaginamos al ver su gol contra Inglaterra en el ’86, pero quedaba mucho más patente su mayor virtud, al menos para un servidor: el pase. En términos actuales estaríamos hablando de un jugador capaz de romperla con un dribbling al estilo Messi o de marcar el ritmo a seguir, la pauta, como el mejor Xavi frenando y acelerando el encuentro a su antojo.
En sus seis temporadas en San Paolo dejó los dos únicos Scudettos de la entidad, además de una Coppa d’Italia y una Copa de la UEFA. Caprichos del destino, su ruptura con la grada llegó en 1990, durante el Mundial celebrado en Italia. Una de las semifinales se disputaba en San Paolo y la casualidad hizo que se cruzasen Argentina y la anfitriona Italia. El triunfo de la albiceleste en la tanda de penales desembocó en abucheos e insultos contra el Pibe. La azzurra pesa mucho en el país transalpino y los napolitanos no supieron encajar la derrota a manos del combinado de su principal estrella.
Portada de El Gráfico tras el primer Scudetto del Nápoles
Diego abandonó Italia dos años después, en 1992, recalando en el Sevilla. Después llegaron las sanciones por dopaje y demás máculas que ensuciaron la carrera de un argentino elegido para cambiar la perspectiva dentro de una cancha. Me gustaría cerrar con una frase del propio Diego, el cual reconocía que “pagué por mi error, pero la pelota no se mancha”. Tranquilo Pibe, la pelota la dejaste a la altura de los dioses.

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